Memoria y muralismo en Colombia
Por Alessandro Licata
Murales: Testimonios silenciosos de la historia
Al llegar a Santander de Quilichao, los ruidos de la ciudad te envuelven: el constante trasfondo de música, risas, vendedores ambulantes y el traqueteo del tráfico crea una sinfonía urbana única que define las ciudades colombianas. Sin embargo, la riqueza cultural de Colombia se expresa sobre todo a través de sus contradicciones: los sonidos de la calle y el silencio de los murales, que aparecen de vez en cuando por las paredes de las ciudades.
Los murales se erigen como testigos callados, proporcionando un espacio de reflexión donde el espectador puede escapar temporalmente del ruido urbano y sumergirse en la historia pintada en las paredes.
Muralismo como herramientas de cambio social
La plaza del Samán de Santander de Quilichao, recorrida a diario por miles de motos y carros y en la que se asienta un inmenso árbol, no es solo una plaza, sino un espacio de memoria. Si miras un poco más allá del inmenso samán que domina todo el lugar, te das cuenta de los murales que rodean toda la plaza. Colores, rostros, animales selváticos se adueñan de la pared y le donan un significado. Normalmente una plaza, una calle es solo un lugar de pasaje, sin embargo, en ese espacio y de esas mismas paredes se desprende una historia.
Pocas cosas son más inmateriales que la memoria, inclusive conceptos como perdonar, reparar, reconciliar. Sin embargo, a través del mural, esos conceptos se materializan, ocupan y reivindican un espacio físico, más allá de lo espiritual. Por ende, los murales desempeñan un papel crucial como agentes de cambio social. Estas manifestaciones artísticas son herramientas para la reconciliación y la construcción de paz. Además, constituyen proyectos diseñados y creados desde dentro, por las mismas comunidades, y no impuestos: es la comunidad que quiere contar su propia historia y contribuir a la construcción de memoria.
La narrativa visual de los murales
A través del mural, recordar no es un mecanismo individual y abstracto, inmaterial, se convierte en un proceso colectivo a través del cual la comunidad materializa una historia, dejando que esa misma se apodere de un espacio.
Por ende, Colombia, tierra de contrastes y riqueza cultural, ha encontrado en los murales una forma de expresar su identidad y enfrentar los desafíos sociales. Estas obras de arte callejero no solo decoran las fachadas de edificios, sino que también desempeñan un papel crucial en la narrativa del país, sirviendo como testigos silenciosos de su historia, sus luchas y su diversidad. En Colombia las paredes tienen una historia guardada que los murales permiten descubrir. No es solo pintar, poner algo sobre algo, sino excavar dentro de un lugar para que ese mismo espacio pueda contar su historia, que, de lo contrario, se quedaría olvidada.
Se narran historia de dolor y otras más felices, de esperanza. Se materializa la memoria de hechos que la gente no quiere revivir, sino también un futuro más diferente. Como dice América Vaquerano, los murales no son lo que ella piensa o espera, sino lo que la comunidad quiere. El mural no materializa solo el deseo de no olvidar el pasado, sino también la voluntad de imaginar y materializar en aquel mismo lugar un futuro diferente.
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