Colombia país de sus gentes – Eu Aid Volunteers

Por Estefanía Alonso

En la loma de San Pedro, vereda de Santander de Quilichao, municipio del norte del Cauca, a 52.6 km por carretera de Cali, y a 24.2km de la frontera con el departamento colindante, Valle del Cauca, se encuentra la casa de Diego. 35 años que don Diego se dedica a trabajar la guadua y 15 que emprendió su negocio, que comprendía desde la producción de muebles y artículos en guadua hasta las visitas guiadas a su bosque.

La pasión por trabajar la guadua le nace desde pequeño, ya que creció con sus abuelos y en el terreno donde vivían había muchos rizomas de guaduas. Sus abuelos se lo daban como juguete y, luego, él mismo se pérdida por el terreno de la propiedad en busca de estas raíces, las arrancaba y le ponía imaginación.

Al entrar, traspasando una verja con el cartel colgado de ‘propiedad privada’, se alza ese jardín encantado, o “bosque mágico” como la gente lo conoce. Inmediatamente se nota el cambio de clima; esa tupida maraña de guaduas sinuosas produce un microclima sombrío, fresco y húmedo permitiéndote escapar del bochorno del “pueblo”, Santander de Quilichao – donde residen unas 80.600 personas y, de manera temporal, un grupo de 5 voluntarios con el programa de Voluntarios EUAV-.

Pude conocer, de la mano de su creador, el proceso de producir esos atrayentes alabeos en el tronco de la planta clasificada como subgénero del bambú. Los troncos de las guaduas tardan 6 meses en crecer de manera rectilínea, pero con el trabajo de modificar su morfología, es una labor que le lleva entre 7 y 11 meses. Nos explica que es una planta que normalmente no permite la coexistencia con otras especies en las cercanías, ya que sus extensas y grandes raíces abarcan un gran perímetro.

Pero, debido a las formas que adquieren sus troncos, en las “copas” de estas, se enmarañan con otras plantas enredaderas o árboles ejerciendo así de pérgolas para un lecho de seres vivientes debajo del cuál poder estar a resguardo y oxigenarse.

Gracias a un amigo local que conocía a su dueño desde los 14 años -coincidió con Diego cuando trabajaba de guía turístico para una de las universidades locales- nos acercó a descubrir este curioso lugar durante un paseo la mañana de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Colombia. Ese amable lugareño, no solo nos abrió las puertas de su edén, sino que nos acogió calurosamente invitándonos a visitarlo nuevamente ‘cuando guste’.

Este proyecto, convertido en un reclamo turístico de la ciudad, realizaba visitas guiadas a colegios, universidades, y otras instituciones educativas. “Cada tronco tiene una historia”, dice Diego. Hacía muchos años, cuando se venturo hacía este camino, tenía el hábito de plantar un árbol para su cumpleaños. Luego, como los últimos años han sido de mucha agitación social, con muchos eventos conflictivos por todo el contexto en el que se encuentra sumergida la sociedad colombiana, empezó a plantar una guadua por cada evento, movimiento social, o incidente que ocurría. Y así fue recopilando esa biblioteca verde, de plantas que cuentan una historia, que tienen una temporalidad definida, un propósito y una función, no solo física, sino metafórica, que luego comparte con sus visitantes para hacer también que la memoria perdure.
Él proviene de una familia que trabaja el campo, él mismo se dedicaba a eso antes de emprender su negocio. Creció con sus abuelos, que le dejaron este mismo terrenito donde ahora tiene la casa. Una casa hecha de guadua, su estructura y todas las decoraciones que hay en ella. Según cuenta su propietario, antes ese pequeño terreno no tenía nada, pero él con el tiempo fue construyendo todo. El cuidado de las guaduas es a diario, y necesitan de mucha agua para prosperar.
Si rodeas la casa, llegas a un porche lateral en donde acumula todas sus obras. Sillas de playa, banquetas, cómodos bancos con mesas incorporadas, figuras artísticas, lámparas, entre otros muchos objetos producidos a partir de esta planta. Explica que antes no se usaba tanto este material, y se desconocía las ventajas de sus propiedades. Pero no fue hasta el terremoto de Popayán de 1983 que azotó la región del Cauca, en donde se evidenció que aquellas casas que habían conseguido resistir estaban hechas de guaduas, que no se empezó a explotar. Ahí fue el punto en que empezaron a proliferar muchas empresas o artesanos especializados en guadua. Es por ello por lo que él buscó el modo de poder seguir trabajándolo, pero de una manera distintiva y ahí dio con la idea de alterar su forma. Para ello, coloca postes de madera horizontales que sirven de guía y las ata a los troncos con muchas cuerdas, para así ejercer presión pudiendo crear un diálogo, un punto de encuentro, en definitiva, arte con el entorno natural.

Nos cuenta que, junto a su esposa, llevaban un tiempo pensando como podían cerrar el proyecto porque se popularizó y empezó a tener un impacto medioambiental contrario a los motivos por los cuales había comenzado su iniciativa. Su principal objetivo es cuidar la tierra y disfrutar de sus beneficios de una manera respetuosa y no dañina. Quieren trasladar a la gente su pasión, y concienciar sobre la importancia de promover el respeto y conservación de la naturaleza, por ello, en el momento en que, debido al auge de su popularidad, empezaban a encontrar partes del jardín dañado decidieron privatizarlo y cerrar el negocio. Les resultó difícil cerrarlo y les llevó un tiempo de adaptación puesto que la gente seguía apareciendo para hacerse fotos en él o encargarles muebles para sus casas. Sin embargo, su cierre no se hizo definitivo hasta la llegada de la pandemia, que gracias a ella les permitió poder punto final a esta historia. Sorprende incluso la filosofía con la que concibe y cuenta el desenlace de su proyecto, ya que no lo hace con lástima, ni melancolía, sino con orgullo de haber plantado, regado y prosperado un emprendimiento social sostenible, realizando su sueño y dejando una significativa huella en la memoria de su municipalidad.

Y, este relato busca ilustrar el ambiente y las dinámicas sociales que he encontrado en el emplazamiento de despliegue. A dos meses de la llegada, sus gentes nos han abrazado e integrado. A diario, uno se empapa de la cultura local, el saber ancestral y los sabores tropicales que ofrece el lugar. Lulo, maracuyá, guanábana y guayaba.
Un pueblo con muralistas y artivistas; personas comprometidas con el medioambiente; inconformistas que reclaman su derecho a ‘vivir sabroso’ y denuncian con entereza las injusticias; noches de lectura en la casa de la poesía (centro cultural Casa Arte) que endulzan o difuminan la inseguridad callejera, los altercados o conflictos entre las estructuras de poder que se disputan el territorio.

Conocer sus gentes.
Descubrir su naturaleza.
Las historias.

No se ha tratado solo de horas de oficina, son las salidas a terreno para visitar resguardos indígenas y consejos comunitarios de comunidades afrodescendientes; comprende la experiencia integral de sumergirse en un contexto diverso, con fuertes contrastes, altamente complejo, para que luego sus habitantes te regalen los más simples presentes: la amabilidad de una mano tendida dispuesta ayudar, saborear jugos naturales recién exprimidos en las calles a cualquier hora del día, la calidez de sonrisas fugaces con quien te cruzas, los parches o las rumbas salseras, y las historias locales que acaban construyendo y conformando el país.

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