Desde Bolivia, Llegando a Comprender los Derechos Sexuales y los Derechos Reproductivos 

Por Arnau Bertran Manyé

Preparo la cámara y salgo. 

Hoy hay un taller con jóvenes. Lo hacemos con una artista contemporánea que nos explica sobre la importancia de la naturaleza. Pero no solo de esta, sino también de los derechos sexuales y los derechos reproductivos de los y las jóvenes. Me pregunto a mí mismo, ¿qué sabía yo de los derechos sexuales y derechos reproductivos cuando era un adolescente? Mi memoria me lleva por rincones que hace tiempo que no he ido. Me acuerdo de aquellas asignaturas por la tarde a las que no tenía ningunas ganas de ir, los típicos comentarios sexuales que hacíamos para que todos y todas nos pudiéramos reír y así poder aguantar las largas y aburridas clases que aún nos faltaban atravesar para acabar el día. 

Creo que en ningún momento nadie me habló de mis derechos sexuales ni de mis derechos reproductivos. Yo, un niño de 12 años sabía ciertas cosas sobre mi sexualidad, o así pensaba. Pero no fue justo cuando me besé con una chica por primera vez, que entendí que la sexualidad no se trataba solo de besos y caricias, sino que estaba impregnado en todo lo que hacíamos. Nuestros actos, podían traer consecuencias. Y justo como era un chico que me juntaba con más chicas que chicos, sabía muy bien los riesgos sobre el embarazo adolescente y las enfermedades de transmisión sexual. 

No obstante, nadie vino a mi puerta diciendo que, dentro de toda esta sexualidad y de todas estas hormonas que estaban creciendo y habitando en mí, que yo mismo, por mi propio ser y cuerpo, tenía derechos que me pertenecían. No solo que me pertenecían, sino que también los disponía para poder ejercerlos en cualquier momento. 

Love is love 

En casa, las conversaciones giraban sobre que chicas me gustaban y, si por algún motivo u otro, preguntaban si había hecho algo con ellas. La respuesta era siempre que no, porque en realidad, salvo de ese beso con esa chica que he mencionado previamente, yo no tenía ningún interés en las chicas, más bien lo tenía en los chicos. Entonces, estos derechos sexuales y derechos reproductivos, ¿también se plasmaban para mí? Ya que me sentía diferente, ¿eran los derechos ejercidos de una manera igualitaria que la de mis compañeros y compañeras a quienes les gustaba el sexo opuesto y, por lo tanto, tenían una orientación sexual “normal”? 

Cuando logré entender quién era, después de haber pasado una época de abuso en la escuela y decidir expresar mi sexualidad de manera libre, la de que yo era homosexual, al mundo entero, entendí que ya podía ejercer todos aquellos derechos sexuales y derechos reproductivos que se me habían otorgado. Entendí que el placer y el goce de mi sexualidad, no era un crimen, más bien era una experiencia humana. Entendí que, aunque no pudiera embarazar a nadie, debía tener una conciencia muy responsable para no contraer ninguna enfermedad de transmisión sexual y ni mucho menos, contagiar a alguien en caso de que yo tuviese una. Entendí que el respeto no es solo físico, sino que la sexualidad y el deseo también pueden tomar formas verbales y no-verbales, como el lenguaje corporal y que no solo se trata de respetarse a uno mismo, sino a todos y todas las demás también. Entendí, que hasta que no hubiera entendido quien era yo y no solo por mi orientación sexual sino también por el elemento de quererse a uno mismo y respetarse, jamás hubiera entendido a fondo y en pleno rigor lo que era poder experimentar el sexo, mi sexualidad, mi decisión de reproductividad y la de los y las demás. 

Jóvenes y sexualidad 

Vamos al taller con jóvenes y su discurso político es fuerte: saben perfectamente bien que no deben embarazarse cuando son menores de edad y que un embarazo en alguien que ni ha cumplido los 15 años, aparte de que es considerada una violación, es un embarazo que pone en riesgo la vida de la niña (porque mujer, aún no es). También saben que los hombres son igualmente responsables por actos omisivos como no querer usar un preservativo cuando se vayan a practicar relaciones sexuales; y lo más importante, que él no es el no de toda la vida: que, sin consentimiento, no hay nada. No debe haber nada. Solo respeto, comunicación y una guía para explorar los múltiples límites que uno o una decida y quiera marcar. 

Muy bien el discurso político que nuestros y nuestras jóvenes en Bolivia ya albergan en sus mentes, pero los y las veo, sentados y sentadas, escuchando a la tallerista y me paro a pensar, ¿cuántos de ellos y ellas han explorado su sexualidad? ¿Cuántos de ellos y ellas saben exactamente a lo que nos referimos con derechos sexuales y derechos reproductivos? ¿Cuántos de ellos tendrán preguntas, pero no las preguntarán, aún por timidez, pudor, o incomodidad? 

Entonces entendí que por mucho discurso político que tuvieran, sobre sus conocimientos ante los derechos sexuales y los derechos reproductivos, si estaban presentes en ese taller, era por algo. No digo que no supieran respetarlos, a dichos derechos, sino puede que algo dentro de ellos y ellas mismas, tuviera la necesidad de volverlos a escuchar. De volver a instruirse en estos derechos tan patronímicos que tenemos ya al nacer: ya que la sexualidad es una cosa que se conlleva desde nuestra niñez y la sobrellevamos hasta nuestra propia muerte. 

Y a quién engañamos, si la sexualidad es algo que es político de uno y una misma, que existe tanto en lo público como en lo privado, que lo expresamos y usamos de manera diaria, acaso alguna vez, al ser agentes de cambio, de ir descubriendo el mundo, de ir aprendiendo cosas nuevas, de ir deambulando por esta sociedad tan diferente del ayer al mañana, podemos llegar a pensar que algún día llegaremos a entender, al cien por cien, ¿qué significan dichos derechos y como poder ejercerlos? 

Yo, no lo sé. Pero me aseguré de escuchar a la tallerista y una vez más, me abrí a la magia de volver aprender. 

Este artículo está dedicado a Gioconda, una defensora de los derechos sexuales y derechos reproductivos y con quien me ha brindado insumos para mí muy valiosos sobre su experiencia como obstetra feminista. Gracias. 

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