Las mujeres en el espacio público – Eu Aid Volunteers
Por Patricia Martín Ramil
Hace un par de semanas me desplacé de Santander de Quilichao a Cali a realizar unas diligencias, como de normal llegué a la Terminal y cogí un taxi para dirigirme a mi destino.
Cuando me subí al taxi, mi sexto sentido me alertó que algo no iba bien. Empezamos el trayecto y el conductor comenzó a hacerme preguntas sobre mi país de procedencia, el motivo de mi estancia en Colombia, etc. Esta podría haber sido una conversación normal como cualquier otra, ya que suele ser habitual que me hagan ese tipo de preguntas al ser extranjera, pero en esta ocasión iban acompañadas con una mirada lasciva y una sonrisa un tanto perturbadora. Al momento le dejé clara mi incomodidad con respuestas cortantes, e incluso hubo un momento en que le comenté que me dedicaba al trabajo en Género y que el acoso sexual era una forma de Violencia Basada en Género (VBG). Ni si inmutó, ni se dio por aludido, es más, el hecho de conocer a lo que me dedicaba incentivó el hacerme sentir más incómoda. Llegamos al destino y me bajé del coche sin medir palabra.
Sentí rabia e impotencia, ya no sólo por la situación sino conmigo misma, por no haber reaccionado de otra manera, porque otra vez no había hecho nada. El miedo a estar sola, el miedo a que no se quede sólo en comentarios y vaya a más… el miedo paraliza y ellos lo saben. Según el Observatorio contra el Acoso de Chile, el acoso sexual callejero es cualquier práctica con connotación sexual ejercida por una persona desconocida hacia otra en un espacio público (calles, paradas de bus/metro, transportes, plazas, centros comerciales, etc.). Estas prácticas van desde miradas lascivas, “piropos”, silbidos, jadeos, gestos obscenos, comentarios sexuales hasta tocamientos y persecución y arrinconamiento. Además de ser una práctica violenta, es la más experimentada a diario por mujeres y niñas en todos los países del mundo y que interfiere en cómo usan y viven el espacio público, haciendo que tengan que tomar ciertas medidas para no sufrirlo, como cambiar recorridos, modificar horarios, caminar en compañía o incluso modificar la vestimenta para “descentivar” el acoso.
El acoso callejero constituye así una demostración de poder y privilegio arraigada que los hombres ejercen sobre las mujeres y que se ha invisibilizado y, por tanto, legitimado en el transcurso del tiempo. Tanto así, que incluso se ha normalizado y muchas mujeres viven con resignación, debido a que estos actos carecen de consecuencias relevantes y se asume que las mujeres deben aceptarlos dada su condición subordinada. Según ONU Mujeres, en Colombia, 3 de cada 4 mujeres afirman haber sufrido acoso sexual callejero.
Yo soy una de ellas.
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