Lección de agricultura en Senegal
Ana Henríquez Pérez
Estuvimos en misión en el terreno visitando algunas de las escuelas del norte de la región de Kolda (Casamance – Senegal) donde Alianza por la Solidaridad lleva a cabo su proyecto “Refuerzo de las redes de protección social en los comedores escolares a través de la promoción de la producción local, la introducción de alimentos de alto valor nutritivo y el respeto medioambiental”. Ya era la cuarta ocasión en la que estábamos en el pueblo Hamdallaye Samba Mbaye y… ¡qué diferencia con la primera vez que pisamos el huerto escolar!
En aquel entonces, todo era hierba que crecía salvaje en cada rincón. En nuestra siguiente visita, ya colgaban de algunas ramas pequeños pimientos y se asomaba alguna calabaza. Sin embargo, a la tercera, no fue la vencida. Había claras muestras de abandono, con matojos secos y zonas cubiertas de hierba, y solo resistían la moringa y el oseille, que es lo que en castellano llamamos hibisco y que, en Senegal, sirve para delimitar parcelas y cuyas hojas y flores se utilizan en salsas y zumos.
El presidente del Comité de Gestión de la Escuela (CGE) nos contó que quienes hasta entonces se ocupaban de cuidar del perímetro hortícola habían desatendido su responsabilidad, por lo que la propia comunidad educativa les pidió que dejaran su puesto disponible para quien sí quisiera y pudiera prestar atención a las necesidades del terreno.
Se ve que, efectivamente, quien gestiona ahora el huerto lo hace con el esmero y la dedicación debidos. Y esa buena marcha de lo cultivado incide en el talante de los miembros de la escuela de Hamdallaye Samba Mbaye, motivados y comprometidos en la mejor gestión de lo cultivado y del comedor.
Después, fuimos a Diyabougou y, aunque siempre lo han mantenido moderadamente cuidado, en esta ocasión, daba gusto ver el huerto. ¡Qué vergel! Además de las altas y resistentes moringas, nada más entrar nos recibieron decenas de coles perfectamente alineadas, cebollas, pimientos, diakhatous o berenjena amarga africana, gombos, boniatos y, por supuesto, una pequeña parcelita reservada para la reluciente hierbabuena –a la que aquí llaman “nana” – que añaden al fuerte y agradable té que beben a todas horas del día.
Voluntarios, técnicos y animadores no nos cansamos de felicitar a las mujeres por el resultado de tanta dedicación y cariño que estaban poniendo en el mantenimiento del huerto. Cuál fue nuestra sorpresa cuando Awa, miembro del CGE y agente local de salud, nos confesó que las satisfechas eran ellas al ver que, en las últimas semanas, los niños y niñas de la escuela alababan el sabor de las verduras y les pedían más en sus almuerzos (!).
Todavía queda mucho camino por recorrer, pero considero que la semilla de la esperanza ya está plantada y crece fuerte gracias a los cuidados de la comunidad.
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