¿Qué putas pasa? Un recorrido por los testimonios de la explotación sexual en Bogotá – Eu Aid Volunteers

Por Carmen Carnero

Solo pondré algunos ejemplos, el de María, quizás, que lleva veinte años en situación de prostitución, su madre también ejercía y la introdujo siendo menor de edad. O el de Belén, quela desplazó el conflicto armado y migró a Bogotá, allí solo encontró salida en los garajes del Santa Fe. Marisela es venezolana y cuando intentó conseguir trabajo en Colombia, los posibles empleadores le pedían sexo a cambio de dinero. Julia es víctima de matrimonio forzado y ya va por su tercer hijo, su comprador va a visitarla cada fin de semana. Paola tuvo sexo con cinco hombres de manera simultánea. Tras intentar pagarle con un billete falso, le dieron 80.000 pesos colombianos, unos quince euros. A Verónica le apuntaron con un arma para obligarle a mantener relaciones con un habitante de calle. Martha ya va a cumplir setenta y siete años, mantiene relaciones a cambio de comida. Lili solo tiene quince días y mientras su madre ejerce, ella duerme inocente en el puesto de tinto de la vecina, en la otra esquina.

Algunas solo bailan, prácticamente desnudas mientras los hombres que frotan sus genitales con ellas piensan que están siendo deseados de forma sincera. Pueden ser tocadas y manoseadas a cambio de un extra. Hay locales en los que las mujeres están incluidas con el aguardiente. Y una modalidad en la que se “presta” a una mujer para que beba con el cliente, emborracharse con media botella de guaro por muchísimo menos de lo que vale el alcohol. Difícilmente puedo llegar a imaginar cuántas modalidades existen para explotar a las mujeres, para utilizar su cuerpo como un producto de consumo. A lo largo de este voluntariado, y de mi desempeño en el área de Incidencia de las Adoratrices, con la colaboración de Alianza por la Solidaridad, estoy más cerca de desarrollar una opinión propia y subjetiva sobre un tema tan complejo como la prostitución. He tenido la oportunidad de ser testigo de relatos reveladores por parte de las propias mujeres en este ejercicio. Desgraciadamente, algunas historias se
cortarán en el camino y nunca serán contadas por sus protagonistas. Diana me contó que su amiga, un día, sin más, apareció muerta en un descampado. Julia, que sus compañeras nunca volvieron de multa (cuando el consumidor de sexo paga una cantidad al proxeneta para sacarmujeres del local y trasladarlas) Otras muchas han sido asesinadas en los propios establecimientos y abandonadas en cualquier loma.

Todos estos nombres son ficticios, sus historias no.

Alicia Gómez es mi mentora en todo este camino de aprendizaje, su nombre no es ficticio, su realidad ya fue silenciada por demasiado tiempo y ahora está dispuesta a dar la cara por sus compañeras. Ella es líder de incidencia de la comunidad Adoratrices, trabaja dando talleres de prevención y su testimonio en diferentes organizaciones. Es madre de dos hijas y superviviente de trata y explotación sexual desde los catorce años. Alicia me ha contado tantas historias que no cabrían en un libro. Ha salvado la vida muchas veces, y ha pasado por tantos episodios de desgracia, que parece mentira que conserve esa fuerza desbordante, que hasta emana de sus ojos cuando da su testimonio. Las lágrimas de Alicia son manantial de cambio. Es el ejemplo vivo de resiliencia, y su pasión contra las injusticias ha sido muy inspiradora para mí. Ella quería ser abogada. No tengo duda, habría sido la mejor.

Estas vidas son omitidas por la mayoría.

Son historias incómodas, realidad arañada, aplastada, violada y retorcida.
Estas vidas tienen la urgente necesidad de ser contada

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