We have the winner of the Spanish short story competition!

The winner is María José Carmona from Spain for his short story “Ahmed” inspired in the picture “Hebron, one of the streets of the Old City” taken by Miriam Ramos (Palestine’s volunteer). Congratulations María José!

Members of the jury: Emmanuele Legay (Nicaragua’s volunteer), Laura Sancho (Colombia’s volunteer), María Martín (Lebanon-Madrid’s volunteers),  David Wiersma (Nicaragua’s volunteer), Sandra Victoria Salazar and Rosa Tristán (Alianza por la Solidaridad).

We received 51 short stories and we also would like to thank all the participants! During the next days, we’ll publish all the stories received.

MIRIAM - Pal - Hebron, one of the streets of the Old City

2) Miriam Ramos – Palestine – «Hebron, one of the streets of the Old City».

AHMED

Palestina no existe y ahora sigue comiendo. Me dijo mi padre mirándome fijamente a los ojos. A continuación apoyó sus codos sobre la mesa y desvió la mirada a la televisión. Era su forma de decir que la conversación había terminado. Tenía que hablar inmediatamente con Ahmed.

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Conocí a Ahmed el invierno pasado. Yo había salido de la escuela y caminaba sólo cuando empecé a oír el eco de otros pasos. Se llamaba Srul. Todos le conocían en Hebrón. A él y a sus puños. Sé que empecé a correr. Mucho más rápido que en las clases de gimnasia. Mucho más que en los partidos de fútbol, muchísimo más que cuando mamá prepara kuguel de manzana. Cuando me di cuenta, había doblado tantas esquinas que no reconocía ninguna. En la carrera recordé haber visto varios soldados en una calle. Ahora ya no había nadie. Sólo un callejón oscuro, cubierto por una red metálica. En el techo enrejado había botellas, piedras, basura. A punto de vencerme el miedo, escuché un ruido. Un golpe sordo. Toc, toc, toc. El sonido me llevó hasta un niño. Golpeaba un balón medio desinflado contra una pared. Nuestras miradas coincidieron. En unos segundos radiografiamos todas nuestras diferencias y todas nuestras similitudes. Solo me dijo una palabra “¿Juegas?” Y no hizo falta más. Él me llevó después al punto exacto para volver a casa. Allí estaban los mismos soldados que ya había visto. “No te preocupes, no se enteran nunca de nada”, me dijo y antes de desaparecer susurró “cuando quieras repetimos, me llamo Ahmed”. Desde entonces, cada día me colaba a escondidas para jugar con él. Entre penalti y penalti, hablábamos. De la idiota de mi hermana Adira, de la gorda de su vecina Fatima, de su padre. Muchas veces hablábamos de su padre. Era con él con quien jugaba antes. Hace varios meses se fue. Una noche unos soldados entraron en su casa y se lo llevaron. A él y a otros cinco amigos. Ahmed no se enteró de nada, duerme como un tronco. A la mañana siguiente se lo contó su madre. “Se lo han llevado, se lo han llevado por defender a Palestina”, le decía y él no entendía nada. Aquella noche le pregunté a mi padre “¿Qué es Palestina?”

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Cuando llegué Ahmed estaba en la pared de siempre pero de espaldas a mí. Había rojo en sus manos. Goteaba coloreando el suelo gris de aquella calle-ratonera. El mismo rojo empapaba la pared. “Esto es Palestina” había escrito con sus dedos temblorosos. Habían encontrado a su padre. Los habían matado a todos. “¡Esto es Palestina, esto es Palestina!”, me gritaba Ahmed una y otra

vez. Gritaba y me señalaba con los dedos llenos de la sangre de su pueblo ¡Ay! Todo fue muy rápido. Sin darnos cuenta estábamos uno sobre otro, golpeándonos en el suelo. Con las caras rojas, llenas de mocos y lagrimas. Aparecieron los soldados. A mí me cogieron del cuello de la camiseta y me tiraron a un rincón. A Ahmed le agarraron por la espalda. En el intento de zafase arañó a uno de los soldados. El militar le lanzó al suelo y le dio una patada en el estómago. Rápidamente le cogieron cada uno de un brazo, ¡se lo llevaban! Yo quise gritarles pero no pude. El miedo se me agarró a la garganta. Tanto que sólo supe llorar hacia dentro. Mientras la pared me gritaba, “Esto es

Palestina”. Al llegar a casa fui directamente al baño. Mientras rascaba mis manos para quitarme las escamas resecas de rojo pensé “Palestina sí existe… en mi corazón”.

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