Aprendizajes desde Palestina: resistencia y dignidad 

Por Miguel García Amorós 

Ya hace unos cuantos meses que comenzó nuestro voluntariado. Llevábamos escasos diez días en Jerusalén Este cuando tuvimos que venir a Ammán. Esos días en Palestina, y estos meses en Jordania me han hecho aprender tantas cosas que no sé muy bien por dónde empezar. Me gustaría poder dejar constancia de algunas de ellas, las que considero más valiosas y necesarias. 

Lo primero que aprendí, nada más llegar, fue la calidez, la valentía y la fortaleza del equipo de Alianza en Palestina. Las compañeras son una fuente inagotable de inspiración, rebosantes de ganas de contribuir a la mejora la situación del pueblo palestino. Pese a la dureza de todo lo que llevan viviendo durante tantos y tantos años y a lo devastador de su situación desde octubre; no pierden ni las ganas infinitas ni la esperanza de seguir construyendo el camino para la libertad de Palestina. 

La resiliencia de Palestina  

Estos meses también me han enseñado la capacidad de resistencia y sacrificio del pueblo palestino. Su energía y vitalidad, sus ansias de libertad y su duelo silencioso. La valentía de sus mujeres y su desbordante ingenio para superar adversidades y seguir adelante. Porque eso es sin duda algo que el pueblo palestino hace: sigue adelante. Todas las personas palestinas que me he encontrado en este tiempo, las que viven en Palestina y todas las refugiadas de Ammán, se han detenido a contarnos sus historias. Hemos podido escuchar relatos descarnados, llenos de angustia, pero que siempre guardaban un espacio para un futuro mejor, para la esperanza.  

He podido también entender mejor cómo funciona la ocupación que vive el pueblo palestino desde tantas décadas y cuáles son los mecanismos que utiliza para hacer poner trabas a todos los aspectos de la vida de las personas palestinas. He visto muros, checkpoints, enjambres burocráticos y asentamientos ilegales. También he visto, desde Jordania, la imposibilidad de muchos palestinos de poder visitar su tierra o de vivir en ella. Me han hablado de la Nakba y todo lo que vino después. He escuchado sobre la diáspora y el expolio.  

El papel de la comunidad internacional 

Este tiempo me ha ayudado a reflexionar sobre el papel y posición de las potencias occidentales con respecto al pueblo palestino. Los derechos deben ser extensibles a toda la humanidad, sin condición ni excusa. El internacionalismo es, hoy más que nunca, necesario para la liberación de los pueblos oprimidos.  He tenido que desaprender muchas de mis nociones acerca de esta parte del mundo. Aún hoy continúo con mi esfuerzo por conocer las miradas desde las que se percibe el mundo desde aquí, donde el colonialismo sigue tan presente.  

Igualmente, en estos meses ha comprendido la realidad de un contexto que muchas veces se explica de forma imbricada y capciosa. Pareciera que lo que le ocurre al pueblo palestino es un conflicto muy complicado y prácticamente imposible de entender. Es obvio que hay muchos elementos que lo convierten en un contexto enmarañado, pero la raíz y origen de todo es ciertamente fácil de entender: el pueblo palestino vive bajo el yugo de una ocupación militar que les niega el derecho a existir desde hace más de siete décadas.  

No nos podemos permitir caer nuevamente en el error de normalizar la tragedia del pueblo palestino. No podemos invisibilizar las vidas arrebatadas; ni tratar como ajena una causa que no solo es justa, sino una deuda histórica.

Ayudar a los pueblos oprimidos no es solo necesario, sino un gesto de humanidad. Justo esto es algo que he aprendido; y que me gustaría que cada persona pudiese detenerse a pensar.  

Una ayuda humanitaria más que necesaria 

Sin duda, he sido consciente durante estos meses de lo incierto y fortuito que resulta el tiempo en un contexto así. Si bien bastan segundos para matar a cientos de personas o destruir hospitales y escuelas, intentar dar una respuesta a una crisis humanitaria de tal envergadura requiere de incontables horas de trabajo sin descanso. En medio de la devastación, se precisa de personas que se coordinen, se organicen y pongan su vida en riesgo para intentar ayudar a quienes ya no tienen nada.  

 A pesar de ello, las trabas no dejan de existir y la ayuda no llega en la medida en que debería hacerlo. Los responsables de que esto suceda niegan la asistencia más básica a cientos de miles de personas que luchan cada día por sobrevivir al infierno en que se ha convertido su vida. La información es desoladora y las noticias terribles. No obstante, parece que nada resulta suficiente para acabar con este sinsentido y poner fin a tanto dolor. Eso es algo que también he aprendido, aunque me gustaría no haberlo tenido que hacer.  

 Mientras acabo de escribir este artículo llueve en Ammán y llueve en Gaza. Cientos de miles de personas desplazadas viven en condiciones extremas: sin casa, sin agua, sin comida, con frío y sin intimidad. Mientras llueve también serán asesinadas cientos de personas. Miles de personas, la mayoría niñas, han sido arrebatadas de sus propios futuros. A nadie le queda nada. Salvo su dignidad.

Seguramente ese sea el mayor aprendizaje que me están enseñando Palestina y su gente: no puedes arrebatarle a un pueblo su dignidad, por mucho que lo intentes. 

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